Arte moderno y franquismo

Los orígenes conservadores de la vanguardia y de la política artística en España
Jorge Luis Marzo

Prefacio

Este ensayo cierra una trilogía de estudios sobre las relaciones entre el arte español de vanguardia y la política cultural de estado desde la Guerra Civil. En 1995, publiqué un análisis sobre los vínculos entre la pintura neoexpresionista española (y su crítica) de finales de los años 70 y de la década de los 80 y la política artística de los primeros gobiernos socialistas[1]. Nueve años más tarde, en 2004, sometí a investigación la política promocional del arte y la cultura españolas llevada a cabo por los gobiernos del Partido Popular, en especial durante su segunda legislatura[2]. Dado que mis intenciones, guiadas por una sospecha largamente razonada, se encaminaban a demostrar el continuismo de las políticas artísticas desarrolladas en España -tanto en la dictadura, en la transición como en democracia-, se me hacía necesario abordar específicamente lo ocurrido durante los años 40, 50 y 60, puesto que en aquellos días se formularon las bases de lo que más tarde se convertiría, en mi opinión, en la norma común de la política cultural española.

En 1993, estando becado en Nueva York para otros asuntos, se me presentó una cuestión a la que entonces presté viva atención: el evidente acercamiento cultural del Franquismo hacia los Estados Unidos durante los años 50, en el marco del apoyo político norteamericano a Franco, ¿pudo constituirse como resultado de la (des)politización internacional del formalismo abstracto? Y si así era, ¿cómo fue recibida la vanguardia informalista española, producida bajo y por una dictadura, en países democráticos, que blandían la abstracción como bandera simbólica de la libertad? Esas preguntas me llevaron a realizar una primera investigación[3], que fue el punto de partida, interrumpido en el tiempo, del presente ensayo.

El lapso de 13 años entre aquellas primeras notas y el texto que aquí se presenta ha producido, naturalmente, muchas novedades. Una variedad de investigaciones han aportado algo más de luz sobre aquellos momentos de la historia. Por otro lado, otras cuestiones han ido despertando mi interés sobre el tema, como, por ejemplo, el descubrir algunas de las falacias creadas por el relato academicista, mediático y crítico respecto a la participación de los artistas en el discurso oficial del arte de vanguardia durante el franquismo; o la constatación de la vitalidad de aquellas improntas conservadoras en las políticas artísticas en democracia.

Con respecto al objeto de estudio que se declara en el título, éste puede llevar a ciertas confusiones. Donde se lee “Franquismo”, hay que entender un período que va de mediados de los años 40 hasta mediados de los años 60. En 1945 se crea el Instituto de Cultura Hispánica, y en 1960, los artistas españoles triunfan en el MOMA de Nueva York. Ambos eventos son catalizadores de muchas dinámicas que, tanto antes como después de que ocurrieran, tuvieron gran o plena vigencia.

Por su parte, “arte moderno” se presenta junto a “vanguardia”, término que se aplica a usos artísticos muy anteriores a los años que nos ocupan. Al referirnos a prácticas “modernas”, nos guía la necesidad de distinguir entre el arte pictórico y escultórico -y sus aparatos literarios- que siguió respondiendo a algunas de las premisas clásicas de las vanguardias europeas de preguerra, y aquellas obras meramente académicas. Sin embargo, mantenemos la referencia a la “vanguardia” para así potenciar la idea de que lo ocurrido en aquellos días tiene un carácter “fundacional” a la vista de la política artística de estado que hemos heredado desde entonces. Hablar de “vanguardia”, no implica, al menos abiertamente, que toda ella, anterior y posterior a la guerra civil, participara de las mismas premisas que los artistas “modernos” eclosionados a principios de los años 50 sobre los que tratamos en estas páginas. En otras palabras, decimos “vanguardia” en el sentido oficial que el estado daba a sus apuestas por el arte moderno. Todo arte moderno que no tuviera sello oficial, no era vanguardia, porque “no era políticamente moderno”. En fin, la cultura franquista, como buena heredera del barroco, supo crear retorcidos retruécanos. Y duraderos.

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[1] Jorge Luis Marzo, “El ¿triunfo? de la ¿nueva? pintura española de los 80”, Toma de partido. Desplazamientos, Libros de la QUAM, no. 6, Barcelona, enero de 1995, pp. 126-161

[2] J. L. Marzo, “Política cultural del gobierno español en el exterior (2000-2004)”,Desacuerdos, vol. 2, Arteleku, Museu d’Art Contemporani de Barcelona, Universidad Internacional de Andalucía, 2005, pp. 58-121. Se puede consultar en www.desacuerdos.org

[3] J. L. Marzo, “La paradoja de un arte liberal en un contexto totalitario. 1940-1960”, 1993. Ver w w w.desacuerdos.org