Tomando notas al caminar (sobre cómo romperle el corazón al Imperio)

John Jordan

Es un día cálido de octubre, quizá demasiado cálido para poder llamarlo otoño; uno de esos días en los que te preguntas si el cambio climático no acabará por obligarnos a dar nuevos nombres a las estaciones. Se me ha pedido escribir una respuesta al vídeo de Marcelo Expósito La imaginación radical (carnavales de resistencia)[1], que trata del Carnaval contra el Capital que tuvo lugar el 18 de junio de 1999 en Londres y a lo largo y ancho de todo el mundo coincidiendo con la reunión del G-8 en Colonia. He decidido caminar antes de escribir, volver a poner los pies en esas calles en las que una vez levantamos una Utopía momentánea, volver a situar mi cuerpo en el distrito financiero londinense, el área en la cual la mayor parte de los días del año resuena el zumbido del pillaje lucrativo y en el que durante unas pocas horas de ese histórico día resonaron los ecos del juego y el placer subversivos.

El 18 de junio, conocido como 18-J, cambió muchas cosas: radicalizó a miles de individuos; inspiró la organización de Seattle, haciendo creer que se podía forzar la cancelación de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (lo que sucedió cinco meses más tarde, significando quizá el comienzo del fin del proyecto neoliberal[2]); fortaleció la red de resistencia global en ciernes (ese día tuvieron lugar acciones simultáneas en cuarenta países) y ayudó a salir al “movimiento de movimientos” de la sombra a la luz. Fue uno de esos acontecimientos que consiguen tocar un punto de acupuntura histórico, una acción perfectamente planificada y orientada que logró cambiar mucho con muy poco.

Pero han pasado seis años, el grupo que inició el 18-J, Reclaim the Streets[3], ya no existe, habiéndose partido por causa de la criminalización mediática, la represión estatal y las divisiones internas. El movimiento de movimientos contra el neoliberalismo que alcanzó prominencia tras el 18-J ha tenido sus altibajos en todo el mundo, desde el éxito de las fábricas ocupadas y autogestionadas en Argentina hasta el terror de Estado y el baño de sangre en Génova, desde el rechazo de masas a las privatizaciones en Bolivia hasta el fracaso de la manifestación global más grande que se haya organizado a nivel mundial, el 15 de febrero de 2003, para tratar de impedir la guerra en Irak; de las enormes reuniones de rebeldes en los Foros Sociales Mundiales hasta la represión preventiva de la disensión que dio un giro absurdo cuando el FBI añadió el “carnaval contra el capital” a su lista de grupos terroristas más buscados (a pesar de que, obviamente, el Carnaval contra el Capital no es un grupo, sino solamente una táctica utilizada por muchos grupos). El sentimiento de esperanza que surgió entre los movimientos de acción directa durante la última década parece que se ha visto reemplazado hasta cierto punto por la aprensión, ya que nuestro mundo parece acercarse al borde de un escenario de apocalipsis bíblico, con guerras, revueltas, inundaciones, terremotos, masacres, deshielos, una enorme crisis energética pendiente y una pandemia global que continúa.

Mientras caminaba por las calles de la City intentaba imaginarme cómo recrear ese día: ¿sería posible volver a traer aquí 10.000 rebeldes enmascarados en un viernes laboral? Caminé a lo largo del London International Futures Exchange (LIFFE), protegido por sus enormes puertas de acero, instaladas pocas semanas después que de tapiásemos simbólicamente una de sus entradas con ladrillos y cemento, mientras se reventaba la otra. Recordé unos punks borrachos desapareciendo a través del cavernoso hueco de ventilación del edificio; miré hacia arriba, al balcón desde el que algunos empleados de negocios, en un maravilloso detournement de la acción de Abbie Hoffman en la Bolsa de Nueva York en los sesenta[4], lanzaron fotocopias rasgadas de billetes de 50 libras esterlinas sobre las cabezas de la masa desobediente. Y me di cuenta, con un sentimiento derrotista, de que todo eso parece completamente imposible de repetir hoy.

Hoy día, una convocatoria para un Carnaval contra el Capital en Londres casi ni sería escuchada, muy poca gente dedicaría otro año de su vida a organizarlo, sólo un puñado de personas asistirían y esta vez la policía se nos echaría encima antes de que se hubiera secado la tinta de los panfletos. De todas formas, ocupar y causar daños a la propiedad privada en un centro financiero ya nunca tendrá el mismo significado después del soleado día de septiembre en que dos aviones fueron dirigidos contra el corazón del mismísimo distrito financiero de Nueva York. No creer que todo eso pudiera ser posible de nuevo fue un sentimento extraño, de alguna manera un sentimiento de derrota, de fracaso, porque al fin y al cabo era el hecho de superar lo que los “realistas” pensaban que era posible, de vencer al mundo de los hechos, de creer en la realidad de nuestros deseos, de transformar nuestras imaginaciones radicales en una acción radical, lo que estaba en la raíz de esa protesta carnavalesca. El 18-J prefiguró en el presente nuestro futuro imaginado, el cual, como en las mejores visiones utópicas, se negó a huir de la historia hacia algún tipo de fantasía futurista, cambiando más bien la propia historia, interviniendo en el presente. El carnaval no consistía tanto en una protesta como en la creación de otro tipo de vida, una poética de la vida.

Promover el olvido

Londres fue la primera ciudad construida con tales dimensiones que si vivías en el centro no podías alcanzar sus confines caminando, es decir, no podías alcanzar a pie el campo. Durante cientos de años, los ciudadanos y ciudadanas de esta ciudad han vivido su vida olvidando que la naturaleza existe. Fue quizá la primera metrópoli moderna que incorporó en sus piedras y calles el gran engaño de la civilización: el acto de olvidar su dependencia del mundo natural. Un engaño que ha provocado la caída de más de un imperio. De los romanos a los antiguos mayas, de las culturas polinesias a los anasazi del suroeste estadounidense: todos ellos cayeron en parte por sobrepasar sus capacidades ecológicas.

El 18-J tuvo lugar en el valle del actualmente enterrado río Walbrook, un río pequeño pero de rápido fluir alrededor del cual se construyó Londres. Enterrado en el siglo XIII, estos fluidos y olvidados cimientos de la ciudad, su ecológica y mítica piedra fundacional, tuvieron su segunda oportunidad cuando el río fue simbólicamente liberado durante el carnaval mediante la apertura de una boca de riego, dejando que el chorro de agua resurgiese alcanzando una altura de veinte metros en dirección al caluroso cielo estival.

El acto aparentemente sencillo de “desenterrar el Walbrook” reunió muchos elementos en un gesto estético y político exitoso[5]. Su función práctica era refrescar los cuerpos acalorados por el baile, su función rebelde era inundar de personas el cercano edificio LIFFE, su función estética consistía en producir un espectacular telón de fondo acuoso que simbolizara el caos y la liberación entre los edificios aparentemente inmutables de la City; y finalmente, aunque no en último lugar de importancia, servía para recordarnos el mundo natural que está enterrado en cemento bajo nuestros pies. El rugir del agua y el aullido épico de la risa burlona que surgieron ese día de las calles nos recordaron que nuestra sociedad está construida sobre el acto brutal de silenciamiento del mundo natural y que su existencia se sostiene sobre la promoción del olvido: olvidar los actos de resistencia, olvidar nuestros vínculos con la tierra, las plantas, el aire, el agua; olvidar nuestros frágiles cuerpos carnosos, olvidar que todo cambia, que todo muere y que nada es estable ni eterno, ni siquiera el imperio. Y con tanto olvidar, quizá incluso nos olvidemos de desear un mundo mejor.

Los carnavales de resistencia, con sus cuerpos grotescos desatados, su rechazo absoluto de las jerarquías y de la división entre actores y espectadores, su insistencia en la participación total, su caos creativo impredecible, el discurrir de la multitud fluido y sin leyes, nos enfrenta cara a cara, o mejor dicho culo con culo, con todo aquello de lo que nuestra sociedad abjura y necesita controlar. Todo lo que el capitalismo quiere que olvidemos. Los carnavales son transitorios por su propia naturaleza, y se ríen de quienes se esconden tras la fachada de lo que pretende ser permanente; pero, aún así, paradójicamente, me di cuenta de que quería que las generaciones futuras recordasen este carnaval en particular, que recordasen que tales actos de audacia imaginativa son los que proveen de entusiasmo a los movimientos rebeldes, que recordasen que las imaginaciones radicales pueden desbordarse desde las mentes, los cuadernos de notas, los espacios del arte, hacia las calles.

El 18-J se desliza suavemente hacia la confusión del olvido que esta ciudad sabe generar tan bien. Londres es rica en historias de rebeliones creativas, muchas de las cuales fueron visionarias para su época. De las revueltas campesinas que exigían el fin del vasallaje y la compartición de lo común (“all things in common”) tan temprano como en el siglo XII, a las extraordinarias sectas que participaron en las guerras civiles del XVII, como los Ranters, con su forma orgiástica de comunidad extática que promulgó que las tabernas de la ciudad eran “la verdadera casa de Dios”, y quienes crearon mediante “la paridad, la igualdad y la comunidad” un espacio “de amor y paz universal y libertad perfecta” aquí y ahora[6]. De las militantes sufragistas dosciendos años después, quienes con sus elegantes sombreros y largos vestidos blancos sonreían mientras lanzaban piedras a los bancos y vitrinas de los comercios, quemando iglesias y casas de miembros del Parlamento, a los acontecimientos que inspiraron en parte el propio 18-J: las acciones Stop the City que a comienzos de los años ochenta reunían elementos de los movimientos punk y pacifista para apuntar hacia el distrito financiero; un momento que prácticamente ya se ha perdido en la historia. De la misma manera que el metabolismo voraz de Londres finge que la naturaleza ya no existe, también nos quiere hacer creer en una historia homogénea libre de rupturas, de fisuras que abran la posibilidad de que las imaginaciones radicales se transformen en actos de resistencia concretos.

Londres apenas se percibe como una ciudad occidental revolucionaria, al contrario de lo que sucede con París, Praga o Barcelona. Es la ciudad de la tradición, la monarquía y la inmutabilidad, del capital y del imperio. Caminando por el distrito financiero intenté encontrar huellas del 18-J. El carnaval no autorizado vino y se fue. Permanece en las memorias de quienes en él participaron, ha encontrado eco en aquellos individuos que en los movimientos han leído algo de lo poco que se escribió[7] y en quienes han oído historias o anécdotas, ¿pero qué queda en la estructura real de esta olvidadiza ciudad? ¿Quedará algo cuando las historias se desvanezcan, cuando los pocos libros y vídeos se pierdan en los laberintos de las librerías y cuando los cuerpos que bailaron en él se hayan descompuesto y retornado a la tierra? Por supuesto que no hay estatuas ni placas conmemorativas que señalen los actos que revirtieron las narrativas dominantes de la historia. Quienes tienen la autoridad saben que no sólo se trata de vencer frente a las rebeliones, sino que también tienen que animar, a quienes hoy se revelan, a olvidar las victorias de ayer. La función del poder es persuadirnos siempre de que nuestras acciones son completamente inútiles.

Durante el 18-J los grafitis deslustraron las perfectas y limpias fachadas financieras. Años después se podía ver que quedaba un minúsculo residuo de grafiti. Pero el año pasado desapareció incluso esa exigua reliquia. Así que recorrí la City rastreando las paredes en busca de pistas, buscando vestigios de resistencia; y sobre una áspera pared de ladrillo cerca del LIFFE distinguí una gran mancha tenue de color amarillo, más o menos de un metro de diámetro, con la forma del clásico símbolo anarquista: el círculo y la A.

La historia de este popular símbolo se ha documentado poco. Popularizado por los movimientos punk de finales de los setenta, lo más probable es que en su origen representase la máxima de Proudhon “La anarquía es el orden”, y de ahí la A dentro de una gran O. Representaba así una creencia fundamental del anarquismo: que el gobierno es el caos, mientras que el verdadero orden residiría en una sociedad de cooperación voluntaria en la que la gente se respetase mutuamente, “naturalmente”, en su libertad. Ahora, “el circulo y la A”, con sus ecos de c@os, lo adorna todo: desde fondos de teléfonos móviles hasta camisetas compradas en las cadenas comerciales de High Street. Parece haberse alejado mucho de la máxima de Proudhon. Nunca me han gustado los símbolos políticos, me recuerdan demasiado a las marcas. Pero este año he decidido ponerme un pin que un amigo me hizo. Muestra un símbolo nuevo aunque se parece a otro viejo, un símbolo que ha comenzado a proliferar recientemente: una A rodeada de un corazón en lugar de un círculo. Para mí, es un símbolo que encaja mucho mejor con las nuevas filosofías políticas emergentes que el 18-J ayudó a prefigurar.

Reemplazar la O de “orden” por un corazón me parece que es del todo apropiado para un símbolo que quizá refleje el nuevo radicalismo de las redes fluidas de los movimientos globales que han emergido durante la última década. La palabra Orden tiene su raíz en el latín “ordo”, que significa fila, serie, rango: algo irrelevante para un movimiento que piensa y actúa en redes, que rechaza marchar en líneas rectas, que al contrario prefiere bailar y surgir a través de las calles situando la creatividad y el placer en el centro de su política. El corazón habla de cuerpos orgánicos, de sentimientos, de acción afectiva, de deseos: y quizá de un movimiento que está comenzando a recordar cómo amar.

Elegir amar

Hablar de amor al interior de la rígida cultura política de los movimientos radicales o en el ambiente cool y a la última del mundo del arte resulta siempre incómodo. Pero como dice bell hooks de una forma bien hermosa en su ensayo Love as the Practice of Freedom, “el no prestar una atención constante al amor en los círculos progresistas resulta del fracaso colectivo a la hora de reconocer las necesidades del espíritu, quedando así sobredeterminados por el énfasis que se pone en los asuntos materiales. Sin amor, nuestros esfuerzos para liberarnos a nosotras mismas y a nuestras comunidades de la opresión y de la explotación están condenados. Mientras rechacemos reconocer en toda su importancia el lugar que el amor debe ocupar en las luchas por la liberación no seremos capaces de crear una cultura del cambio que produzca un alejamiento masivo de la ética de la dominación”[8]. El abrazo incluyente del carnaval, con su liberación apasionada de los cuerpos y su hechizo socioerótico colectivo, celebra una política que equipara en importancia los deseos cualitativos a las necesidades materiales, rechazando separar la necesidad material de sobrevivir y los placeres de la vida. Pero incluso en este contexto político a quienes hablan de amor no se les toma en serio. Y cuando hablo de amor no hablo de las nociones autocentradas de amor romántico que funcionan como un asunto de negocios, como un intercambio entre dos personas: sino del amor como un regalo colectivo, una extensión del yo para arropar al otro, dando cuerpo a la consciencia de que somos seres interrelacionados, conectados a todo y a todos. Elegir el amor es ir en contra de los valores culturales predominantes que ven en cada esquina la guerra hobbesiana de todos contra todos, es rechazar que la competición sea la divisa de las relaciones humanas.

En el año que siguió a la celebración del 18-J el grupo que lo organizó se separó, en parte debido a las luchas internas. Un poco más de amor, un poco más de espacio para reconocer los sentimientos, para hablar de desesperación tanto como de nuestras esperanzas y goces podría habernos mantenido juntos. Al observar numerosos grupos radicales desde entonces, me parece claro que se destruyen más grupos y movimientos por causa de las débiles dinámicas de grupo y por luchas internas que por culpa de la policía. Al Estado le resulta más eficaz jugar con el policía que llevamos en nuestras cabezas que golpearnoslas con porras.

Los radicales tienen con frecuencia el alma vulnerable. Muchos de nosotros y de nosotras nos convertimos en personas políticamente activas porque sentimos en lo profundo la injusticia o la devastación ecológica. Es esta emoción lo que provoca un cambio en nuestro comportamiento y nos politiza. Es nuestra capacidad para transformar nuestros sentimientos sobre el mundo en acciones lo que nos impulsa a la lucha radical. Pero lo que parece suceder con frecuencia es que cuanto más aprendemos sobre los temas que nos preocupan, cuantas más imágenes de guerra vemos, cuanto más experimentamos el caos climático, la pobreza y la violencia cotidiana del capitalismo, más nos endurecemos para no sentir demasiado, porque, aunque el sentimiento puede llevarnos a la acción, también sabemos que sentir demasiado puede conducirnos a la depresión y a la parálisis. Combinemos esto con el estrés de la represión y la criminalización estatal y entenderemos por qué muchos y muchas activistas se colocan una gruesa armadura. Rechazar nuestros sentimientos se convierte en un mecanismo de supervivencia.

En un estado personal de tanto autocontrol se hace difícil ser abierto, escucharse a uno mismo y al resto. El amor se hace imposible. Con frecuencia cubrimos esta pérdida con la ilusión de ser valientes: nos convertimos en guerreros sin miedo en defensa del planeta. Pero un guerrero que es incapaz de sentir y percibir realmente lo que tiene alrededor pronto acabará muerto o por ser ineficaz. Si no tenemos miedo es porque escapamos de nuestros cuerpos, olvidando que estamos hechos de carne y sangre, y porque vivimos en la pura abstracción mental. Eligiendo amar comenzamos a transformar la falta de miedo en coraje: una palabra relacionada con el término francés “coeur”, corazón. El coraje es sentir el miedo y aún así decidir superarlo porque tu corazón te dice qué es lo que tienes que hacer.

Dando cuerpo al carnaval

Durante el 18-J los valores del carnaval explotaron en la calle: convivialidad, creatividad, espontaneidad, amor y entrega al momento presente. No son éstos, no obstante, valores fácilmente insertables en nuestro comportamiento y en nuestro cuerpo en la vida cotidiana. Paradójicamente, muchos de los grupos que organizaban en aquel entonces acciones carnavalescas, acciones en las que se lanzaban a las calles los cuerpos liberados en un juego rebelde, nunca incorporaban el juego ni prestaban atención al cuerpo en sus propios procesos creativos y organizativos: en efecto, el proceso de organización del Carnaval contra el Capital se parecía a cualquier otra reunión izquierdista, con grupos de gente sentados en círculo y hablando. Todo cabeza y poco corazón.

Tomar conciencia de esto fue lo que nos llevó a desarrollar la práctica del rebel clowning en 2003, trabajando con un colectivo informal que acabó conociéndose como el Clandestine Insurgent Rebel Clown Army (CIRCA)[9]. Mezclando el viejo arte del payaso con las formas contemporáneas de desobediencia civil desarrollamos una práctica que intentaba proporcionar herramientas para transformar y sostener la vida emotiva interior de los y las activistas, consistiendo, al mismo tiempo, en una técnica eficaz para ejercer la acción directa. Era un modo de dar cuerpo al espíritu del carnaval con nuestras mentes y músculos.

Los Payasos Rebeldes introducíamos el juego en el proceso de organización política, practicábamos una serie de entrenamientos que buscaban facilitar que los y las activistas reprogramasen sus cuerpos, dando rienda suelta a su intuición para encontrar al payaso en el interior de uno mismo: un estado infantil de generosidad y espontaneidad. Nuestros entrenamientos pretendían arrancar la rígida armadura activista para hacer de nuevo visible la piel y la carne, para encontrar al ser humano vulnerable que se politizó por sentir las cosas en profundidad.

El payaso (la payasa) es una figura cuyo origen se puede encontrar en algunas de las formas más antiguas de performatividad. Vinculado al papel que juegan el chamán y el mago, el payaso ha sido de varias maneras a lo largo de la historia un sujeto a quien se ha otorgado la libertad de enfrentarse a los tabúes y a las verdades de su cultura, de criticar los principios fundamentales de su sociedad mientras forma, aún así, parte de ella. Es algo que los payasos se pueden permitir porque habitan en un lugar especial, un espacio entre, una extraña tierra de nadie social. El payaso logra estar simultáneamente en el centro y en los márgenes de la sociedad. Es un arquetipo popular que vemos por doquier, en el circo y en la publicidad, en la calle y en las fiestas privadas infantiles; se le reconoce cierta sabiduría bajo su comportamiento idiota. Al mismo tiempo, el payaso es un outsider, un freak; es ridículo. Es en este poderoso umbral donde el payaso habita, un lugar donde se confunden las categorías binarias que el sistema impone.

Hacer el payaso es un estado más que una técnica. En su raíz, hacer el payaso consiste en dejarse llevar, en aprender a enfrentarse a cada situación con el grado de apertura y vulnerabilidad que tuvimos en la infancia. Es un estado en el que comenzamos a valorar el poder que tiene zambullirnos en la experiencia de vivir sin expectativas fijas. Es el estado en el que todos y todas crecemos, pero que la sociedad, llegados a un punto, emprisiona en parques de juego, en teatros y en circos. Es el estado que nos permite aprender del mundo mediante el juego, sabiendo que la diferencia entre la imaginación y la realidad es siempre una cuestión opinable.

Armado con bromas y amor, utilizando tácticas que siembran la confusión antes que la confrontación, el CIRCA realizó acciones directas de pequeña escala como ocupar y clausurar oficinas de reclutamiento (pidiendo a los soldados unirse al CIRCA), dar la bienvenida a Londres al presidente Bush disparándole con un cañón galletas de su marca preferida, aquéllas con las que una vez se atragantó; irrumpir inesperadamente en el estreno de una película de Johnny Depp haciendo que el CIRCA se enfrentase a una manifestación de “procapitalistas”.

Cuando el G8 anunció que su próxima reunión sería en Escocia, en julio de 2005, decidimos darles la bienvenida con un enorme ejército de payasos que iniciaron una gira por todo el país con una ridícula campaña de reclutamiento, entrenando payasos en todas las ciudades. Instalábamos en plazas públicas nuestra caravana alimentada por energía solar, en cuyo lateral se anunciaba la campaña HAHAHAA (Helping the Authorities House Arrest Halfwitted Authoritarian Androids) [Ayudemos a las autoridades a imponer el arresto domiciliario a estos estúpidos androides autoritarios], en la que explicábamos que nuestra pretensión era ayudar a las autoridades a construir vallas de seguridad lo más altas que fuera posible para encerrar en su interior a los líderes del G-8, protegiendo así a nuestro propio mundo de esos peligrosos individuos violentos.

Doscientos payasos entrenados convergieron en Escocia durante la semana de acciones que fue testigo de hermosos actos de rebeldía payasa. Había payasas que dibujaban smilies en los escudos de la policía antidisturbios, caras sonrientes que luego besaban con sus labios pintados de rosa brillante. Había grupos de policías que, habiendo rodeado al black bloc, apenas podían aguantar la risa mientras un grupito de payasos les cantaban Banana Splits (“one banana two banana three banana four”). Había una docena de payasos vestidos con colores chillones que se desplazaban al unísono a través de un campo de cebada después de tumbar la cerca. El momento de goce extático tuvo lugar cuando un batallón de payasos decididos marcharon en línea recta atravesando la línea de confundidos policías antidisturbios hasta alcanzar la autopista A9 cantando Love and respect: fue ése el momento en que algunos policías llegaron a olvidar de qué lado estaban, participando en un juego que acabó con un estrambótico abrazo policías-payasos.

Pero cuando sólo hacía un día del comienzo de las acciones contra el G-8, cuatro hombres de aspecto normal consiguieron deslizar inadvertidamente al interior del transporte público londinense varias mochilas llenas de explosivos. Una hora después se hicieron explotar a sí mismos asesinando de paso a otras 65 personas e hiriendo a 700. Londres se paralizó por completo. Todo el trabajo que habíamos hecho durante más de uno año quedó ensombrecido, dinamitado por la onda expansiva del aumento de la seguridad, la represión y la erosión de las libertades civiles. Asuntos como el cambio climático, la pobreza, la dictatura de los mercados, todo aquello en lo que los movimientos habían trabajado para llevar a la discusión pública, quedó ensombrecido en pocos instantes.

La hermana de uno de los suicidas que portaban las bombas declaró haber enviado un email a su hermano animándole a seguir adelante con la acción en los siguientes términos: “tenemos que continuar firmes y lúcidos porque el tiempo pasa y no tenemos tiempo para ser débiles ni dejarnos vencer por las emociones”[10]. Mientras tanto, en algún remoto lugar académico, investigaciones en neuroeconomía demostraban que “las personas que sufren ciertas lesiones cerebrales que limitan su capacidad de sentir emociones tienen menos miedo, aceptan mayores riesgos y obtienen más beneficios que sus rivales en juegos de riesgo puestos a prueba en laboratorios”[11]. De acuerdo con la lógica que comparten el mercado y el terror, el éxito llega a quienes tienen dañada su capacidad de sentir.

Acordarse de sentir

Los movimientos sociales son como las estaciones, tienen sus primaveras y veranos, sus momentos de expansión y surgimiento, pero también sus otoños e inviernos, tiempos de contracción, de lentitud e incubación. Tendemos, como activistas, a querer actuar todo el tiempo, y cuando no actuamos perdemos aquello alrededor de lo cual hemos construido nuestra identidad. El 18-J fue un momento de intensa actividad global, sentimos que todo parecía posible. Ahora las cosas parecen muy diferentes. Nuestro mundo se colapsa alrededor: ¿debemos dedicarnos a construir botes salvavidas que nos permitan escapar de la crisis?, ¿o bien a resistir al estado de guerra permanente?, ¿cómo hacernos cargo de los conflictos sociales que causa la crisis petrolífera?, ¿cómo se actúa mediante el goce contagioso cuando es más probable que nos paralice la desesperación? El Tao Te Ching pregunta: “¿Tienes paciencia suficiente para esperar a que el barro se asiente y el agua se aclare?, ¿para permanecer quieto hasta que llegue el momento correcto de actuar?”. Puede que sea durante estos extraños tiempos turbios cuando el amor resulte más importante que nunca, el amor como una práctica de la escucha, del cuidado, de la libertad.

Mientras cae la tarde asciende la marea del Támesis y mi paseo deriva hacia las salas de frío mármol de la Guildhall Art Gallery. Me veo rodeado por enormes pinturas de marcos dorados que representan momentos de pompa y ceremonia que han tenido lugar en esta ciudad; y justo ahí en medio se encuentra una imagen que me recuerda más que cualquier otra al 18-J. Se trata de una vista que, mostrando la ciudad desde un tejado, abarca exactamente el área donde tuvo lugar nuestro carnaval. Las calles rebosan de gente, caballos y carruajes; el humo asciende desde las chimeneas. Recuerdo estar sentado por la tarde, después del carnaval, bebiendo en el patio de un pub que se encuentra en la orilla opuesta. Quitándonos los disfraces, celebrábamos la jornada mientras observábamos el humo que ascendía por encima de la City desde algunos fuegos que habían sido prendidos cuando lo festivo se transmutó en revuelta. Nuestros cuerpos se calmaban mientras se disipaba la adrenalina que durante el día había fluido por ellos; nos sentíamos invencibles. Pero no podíamos haber predicho el futuro: ni el surgimiento extraordinario de movimientos sociales globales que estaba por llegar, ni este extraño momento en el que parece difícil poder reavivar la esperanza.

El título de la pintura es The Heart of the Empire [El corazón del imperio]. El 18-J hizo que este corazón bajase el ritmo cardiaco. Pero ese órgano insensible es fuerte, está hecho de piedra en lugar de carne, y sus ritmos de guerra y competitividad infinitas siguen latiendo a pesar de estos pequeños estallidos de resistencia que de vez en cuando lo perturban. Pero lo que es bien seguro es que cuando Niels Moeller Lund acabó su pintura en 1904 no tenía ni idea de cuán irreconocible llegaría a ser el Imperio Británico que entonces daba por inamovible. No pudo haber predicho que una de sus más serias fracturas llegaría apenas catorce años más tarde cuando un hombre pequeño, que parecía un payaso semidesnudo con sus ropas artesanales de algodón, pertrechado de una imaginación extraordinariamente radical, comenzó a sembrar el descontento en India. Dedicado a desobedecer al Imperio y a una vida de amor, la receta ghandiana para combinar creatividad y resistencia, lo personal y lo político, imaginación y acción, medios y fines, se resumió en su conocida afirmación: “sé el cambio que quieres ver”. Esta interpelación sigue señalando potencialmente qué es lo más radical que podemos hacer en estos tiempos embarrados, nos reta a que hagamos desaparecer la desesperación porque nos exige que actuemos en el aquí y ahora, que rechacemos imaginar otro mundo en el futuro, porque nos exige paciencia y esperanza. Clavo los ojos en esta pintura y sé que este imperio global caerá de la forma más inesperada por causa, seguramente, de la confluencia de numerosas acciones aparentemente pequeñas. En mi imaginación, saco un spray de mi mochila y escribo sobre el lienzo: ¿el amor te romperá el corazón? En realidad salgo de la galería, regreso a la ciudad y me doy cuenta de que quizá he vuelto a lo que Baudelaire llamó “un mundo en el que la acción no es hermana del sueño”.

Texto publicado en http://eipcp.net/transversal/1007/jordan/es


[2] Emmanuel Wallerstein sitúa el fin del modelo neoliberal, que arranca en los años setenta, en el fracaso de las negociaciones durante la cumbre de la OMD en Cancún en 2003. Véase su “Cancun: The Collapse of the Neo-Liberal Offensive” (http://fbc.binghamton.edu/122en.htm).

[3] Para una historia de los inicios de Reclaim the Streets, véase John Jordan, “The Art of Necessity. The Radical Imagination of Anti-Road Protest and Reclaim the Streets”, en George Mackay (ed.), DIY Culture:Party and protest in 90’s Britain, Verso, Londres y Nueva York, 1999 [versión castellana: “El arte de la necesidad”, en Paloma Blanco, Jesús Carrillo, Jordi Claramonte y Marcelo Expósito (eds.), Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2001].

[4] En 1967, el extraordinario activista artístico Abbie Hoffman y una banda de quienes pronto serían conocidos como Yippies lanzaron una lluvia de cientos de dólares falsos en el interior de la Bolsa de Nueva York proclamando la “muerte del dinero” y provocando una frenética lucha por los billetes entre los empleados de la institución.

[5] El estudio de los ecosistemas nos enseña que en un sistema complejo los elementos más importantes son los que cumplen numerosas funciones: las hojas de los árboles capturan energía y humedad, producen sombra, fertilizantes, dióxido de carbono y protegen del viento, por enumerar sólo algunas de sus tareas. Los actos de resistencia creativa siguen esta regla, y durante el 18-J muchos elementos fueron diseñados para cumplir múltiples funciones. Es el caso de las famosas 8.000 máscaras de colores que, al tiempo que ocultaban la identidad de quienes las llevaban, incorporaban textos de propaganda y servían de herramientas coreográficas para dividir en grupos y hacer avanzar la multitud.

[6] Véase Harper Clifford, Anarchy – a graphic guide, Camden Press, Londres, 1987.

[7] Véase Notes From Nowhere, We are everywhere: the irresistible rise of global anticapitalism, Verso, Londres y Nueva York, 2003 (http://www.weareeverywhere.org).

[8] bell hooks, Outlaw Culture. Resisting Representations, Routledge, Londres, 1994.

[9] Visítese <http://www.clownarmy.org>. [El Ejército Clandestino Insurgente Rebelde de Payasos juega en su nombre, obviamente, con la manera en que el Ejército Zapatista suele calificarse a sí mismo acumulando las mismas denominaciones. El acrónimo CIRCA remacha, en inglés, la ironía: “más o menos”. El autor, por cierto, poco después de escribir este texto, desertó de este Ejército (NdT)].

[10] Según informó la BBC el 6 de octubre de 2005 (http://news.bbc.co.uk/1/hi/uk/4315896.stm).

[11] Véase The Guardian, Londres, 3 de octubre de 2005.